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América Latina aún soporta jornadas de trabajo demasiado largas

La reducción de la jornada laboral semanal aprobada por el legislativo Congreso Nacional de Chile se inscribió en la tendencia de trabajar menos horas y días, que avanza en las economías modernas, y en paralelo mostró el rezago en ese campo que persiste en otros países de América Latina.

América Latina “tiene una legislación rezagada en cuanto a jornada de trabajo y es imperativo que se haga una revisión”, observó el director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para el Cono Sur americano, Fabio Bertranou, una vez aprobada la nueva norma chilena.

La jornada semanal en Chile era de 45 horas, y de manera paulatina ese límite se reducirá en una hora anual durante cinco años hasta quedar en 40 horas, según la norma que el presidente Gabriel Boric, jubiloso, promulgó el 14 de abril.

“Tras muchos años sumando apoyo y dialogando, hoy por fin podemos celebrar la aprobación de este proyecto que reduce la jornada laboral, un proyecto profamilia, que apunta al buen vivir de todas y todos”, dijo Boric.

La ley prevé la posibilidad de trabajar cuatro días y descansar tres, de hacer un máximo de cinco horas extras por semana, y accede a excepciones en sectores como minería y transporte, donde pueden laborarse hasta 52 horas semanales, a condición de compensar con menos horas en otra semana de labor.

Chile se alinea así con sus socios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en algunos de los cuales, como Australia, Dinamarca y Francia, se trabaja menos de 40 horas, mientras que en otros, como Alemania, Colombia, México o el Reino Unido, se trabaja más.

La reforma chilena fue el acontecimiento destacado en el mundo del trabajo latinoamericano al acercarse una nueva conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores, el lunes 1 de mayo.

Variedad latinoamericana

De acuerdo con datos de la OIT, hasta la década pasada dos países de la región, Ecuador y Venezuela, sostenían legalmente la jornada laboral límite de 40 horas, mientras que, como Chile hasta ahora, Brasil, El Salvador, Guatemala y República Dominicana estaban en el rango entre 42 y 45 horas.

En el tope de las 48 horas se ubicaban Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay.

Según las normas nacionales, el máximo de horas semanales que se permite trabajar es de 48 en Brasil y Venezuela; y en Argentina, Ecuador, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, República Dominicana y Uruguay está entre 49 y 59 horas.

En Bolivia, Colombia, Costa Rica, Guatemala y Honduras el tope es de 60 o más horas, y en El Salvador y Perú simplemente no hay límite.

Se trata aquí de las semanas, distintas a las ordinarias, en las que por razones específicas se autoriza un tiempo extraordinario de labor.

Sin embargo, en la práctica se trabaja menos, pues el promedio regional está en 39,9 horas, más que en Europa occidental, América del Norte y África (entre 37,2 y 38,8 horas), pero menos que en los Estados árabes y del Pacífico y Asia, donde se labora con promedios entre 44 y 49 horas semanales.

Los datos de la OIT mostraron que en el año 2016 en América Latina los trabajadores hombres laboraron 44,9 horas semanales en promedio y las mujeres 36,3, una reducción de 1,7 horas respecto a cifras de 2005 en el caso de los hombres y de media hora en el caso de las mujeres.

Entre los trabajadores domésticos, la merma fue de 3,3 horas entre los hombres y de más de cinco horas entre las mujeres (de 38,1 a 32,9 horas), lo que se atribuye en parte a que después de 2005 avanzó la legislación para equiparar en tiempo de labor de las trabajadoras domésticas con el resto de trabajadores.

Salud y teletrabajo

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la OIT atribuye a las largas jornadas de labor -especialmente las que rebasan las 55 horas semanales- la muerte de unos 750 000 trabajadores cada año.

La investigación de esas agencias indicó que en el mundo en 2016 murieron 398 000 trabajadores por accidente cerebrovascular y 347 000 por cardiopatía isquémica, males que se disparan por el estrés prolongado asociado a largas jornadas, o por respuestas riesgosas como consumo de tabaco, alcohol y dietas no saludables.

María Neira, directora de Ambiente, Cambio Climático y Salud en la OMS, dijo al respecto que “trabajar 55 horas o más por semana es un grave peligro para la salud. Es hora de que todos, gobiernos, empleadores y empleados, nos demos cuenta de que las largas jornadas laborales pueden provocar una muerte prematura”.

Por otra parte, la tendencia del teletrabajo registró un auge en todo el mundo durante la pandemia covid-19 y alcanzó a 23 millones de trabajadores en América Latina y el Caribe, principalmente asalariados formales con alto nivel educativo, empleos estables y en ocupaciones profesionales y administrativas.

El acceso al teletrabajo ha sido mucho menor para los trabajadores informales, por cuenta propia, jóvenes, los de menores calificaciones y de bajos ingresos laborales, y para las mujeres sobre las que recaen más responsabilidades familiares.

Un análisis del especialista latinoamericano de la OIT Andrés Marinakis reconoció que “en general, los teletrabajadores tienen cierta autonomía para determinar la organización de su jornada y se evalúa su desempeño principalmente a través de los resultados de su trabajo más que por las horas que tomó para hacerlo”.

Pero “diversos estudios han encontrado que en muchos casos quienes teletrabajan realizan jornadas laborales un poco superiores a la habitual, los límites entre las horas habituales y las extraordinarias son menos nítidos”, y esa situación se refuerza con los dispositivos electrónicos disponibles, expuso Marinakis, con su sede en Santiago de Chile.

De ese modo “es posible el contacto con colegas y supervisores en cualquier momento y lugar, extendiendo la jornada más allá de lo habitual”, lo que plantea “la necesidad de establecer con claridad un período de desconexión que permita un descanso efectivo del trabajador”, agregó el analista.

La otra cara

Por otra parte, en el horizonte aparece que “la organización de la labor con el trabajo no humano, el de la inteligencia artificial, puede reducir masivamente el empleo y hacer que 40 horas semanales ya sea una cantidad inmensa de trabajo”, observó a IPS, en conversación telefónica, el laboralista argentino Francisco Iturraspe.

Docente en la Universidad Nacional de Rosario e investigador del estatal Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de su país, Iturraspe recuerda que el 1 de mayo, Día del Trabajador, conmemora precisamente la lucha librada en 1886 en Chicago, Estados Unidos, para reducir la jornada laboral.

La reducción de la jornada “responde a criterios propios del siglo XIX, mientras en el XXI existe el desafío de atender la necesidad de desarrollo tecnológico y su impacto en nuestros países”, opinó el experto desde la ciudad de Rosario, en el sudeste argentino.

Sostuvo que “en la medida en que se disponga de mano de obra abundante y barata, y la gente deba trabajar más horas, los empresarios necesitarán menos inversión en tecnología y así el desarrollo se detiene”.

Pero, por otra parte, Iturraspe destaca que la inversión en tecnologías como la inteligencia artificial reduce el costo de producción de bienes y servicios, evocando la tesis del costo marginal cero expuesta en sus obras por el economista estadounidense Jeremy Rifkin, autor, entre otros libros, de “El fin del trabajo”.

Eso se traduce en reducción de la mano de obra necesaria para producir y distribuir bienes y servicios, “quizá hasta de la mitad según algunos economistas, giro copernicano que nos llevaría a una situación de desempleo masivo”.

Por el filo de esa navaja camina la búsqueda de reducir la jornada de trabajo, “con la esperanza de que la reducción del tiempo de labor pueda dar a los seres humanos trabajadores nuevas formas de afrontar la vida”, concluyó Iturraspe.

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Last modified: abril 28, 2023

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